Voto Sexual
Por: @azapatel
Marco un aspa y trato de que las líneas entren delicadamente dentro del recuadro elegido. Dibujo los trazos con delicadeza y un poco de amor. Me excito por la sensación de ser visto, pero al instante retomo la calma. Miro a los lados, y salgo raudamente a empapar mi dedo con esa baba opaca que bautiza a los votantes. La tinta indeleble resulta ser más placentera que fastidiosa, y hundo mi dedo en ella una vez finalizado mi deber como hombre. Agradezco a los hombres de mesa, y, papel higiénico en mano, regreso a casa a disfrutar del suspenso kafkiano posterior al acto cívico.
Pues, todo lo narrado nunca ha sucedido, y no sucederá por lo menos en los próximos cuatro o cinco años. Debido a mis estudios, y un raro sistema burocrático, no pude registrarme como votante para las elecciones municipales, referéndum y las posteriores nacionales que se llevarán a cabo en abril. Envidio el drama vehicular camino al centro de votación y escucho con inquietud adolescente el lamento y reclamo de amigos que, con justa razón, maldicen el estigma prieto en sus dedos medios. Siento que, en un país en el que votar es obligatorio, el poder elegir a nuestros gobernantes termina siendo como una experiencia sexual adolescente, que, para mala suerte nuestra, suele atormentarnos como un mal polvo. Elegimos a nuestros representantes y los dedos de muchos peruanos y peruanas penetran la tinta, esperando que el sinsabor del resultado sea más digerible que tormentoso, como si el incipiente rastro azabache pudiera amilanar la frustrante incertidumbre que se avecina cada cinco años.
Y es por eso que votar en el Perú es como el sexo principiante de un muchacho promedio: accidentado, torpe y sin mayores alegrías. La oferta electoral tiende a ser, por lo general, la misma, y todos los electores finalizan aquel trance con la sensación de haber metido la pata una vez más. Yo, ignorante de estas sensaciones, me limito a escribir y divagar sobre posibles alternativas, estrategias o resultados para que la sensación del post-voto no sea tan tosca como la falta de lubricación virginal o inevitablemente atroz como una eyaculación precoz.
Me lamento el no haber votado, y me consuelo con las experiencias de los demás. Sueño con mojar el dedo y con tachar algún símbolo impreso. Así, fantaseo con una primera vez ideal, en la que mi voto realmente sea a consciencia y este refleje mi manera de pensar. Así, también, sueño con que esa sea la experiencia de otros y otras que, a pesar de haberse iniciado en el sexo electoral, puedan redimirse frente a la cédula y llegar al clímax cívico a la romántica luz fluorescente de la Oficina 532 del Ministerio de Educación.
Mi voto no existente hace que mis expectativas sigan siendo altas, y, probablemente, me permitan madurar en el desarrollo de ideas y valores que me lleven a emitir un voto realmente responsable en el futuro. Probablemente esta abstinencia sirva de anticonceptivo prodigioso frente a la variopinta y, por qué no, decadente oferta electoral. Es así que, siendo esta otra oportunidad en la que millones de peruanos y peruanas se acostarán con su cédula de turno, me limitaré a mi noble oficio de voyerista ciudadano, labor que, con elegancia, muchos dicen ser la ideal del analista político. Desde ahí, seguiré fantaseando y soñando que meto el dedo, con la ilusión que la pincelada del tintero tenga menor carga de petróleo y la experiencia posterior sea menos incómoda que el subirse el calzón o abrocharse la correa con la retorcida interrogante del inminente fracaso.