Tolerancia manoseada, democracia resquebrajada
Por Adrián (@adrianssp)
10 de Abril, 5:30 am. Con 80% de ganas, 10% de miedo, y el 10% restante de sueño, me levantaba de la cama a una hora poco común para un domingo. Al menos para un domingo cualquiera, no electoral. Ya lo había hecho una vez, semanas antes, cuando con Germán acordamos en ir, por nuestros propios medios, a Mala, al sur de Lima, a apoyar con manos, material y energía la campaña de la Alianza por el Gran Cambio en esa ciudad. Con prisa, alisté una mochila con alimentos para todo un día, además de papeles informativos sobre las leyes electorales. A las 6 con 45 ya estaba camino a la UNALM, local de votación en donde sería uno de los personeros que defendería el voto por PPK.
Llenamos actas, firmamos cédulas, asistimos en la instalación de la mesa de sufragio, observamos el voto. Las horas transcurrían y la actividad electoral en la Universidad Agraria tenía altos y bajos. Esperaba, en verdad, que sucediese ese cambio en las tendencias de las encuestas, y que mi candidato lograra, finalmente, pasar a Keiko Fujimori y meterse en la segunda vuelta electoral.
A las 4:02 p.m., casi todas las caras en los alrededores de mi mesa eran de velorio. El peor de los escenarios, ese que sólo creíamos existir en las encuestas, al que respondíamos con un “no seas malo, no creo que vayamos a estar tan mal” cuando se nos preguntaba por él, finalmente era realidad. Keiko Fujimori y Ollanta Humala. Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Cualquiera sea el orden, esas eran nuestras opciones en la segunda vuelta. Estrepitosa realidad.
No sé si vuelva a sentir un cóctel de emociones como el de esa tarde, durante el escrutinio. No sé si vuelva a estar tan molesto con alguien que, al final de cuentas y pensando con cabeza fría, no tenía la culpa de la situación - como el personero de Perú Posible que, junto a uno de Fuerza 2011, estuvo conmigo fiscalizando esta mesa. No sé si vuelva a mirar con tanta impotencia a esa señora que pasó por el salón preguntando por personeros de Solidaridad Nacional. ¿Ya para qué?, comentó la presidenta de mesa. Debo confesar, estaba terriblemente frustrado.
A las 8 de la noche regresé a casa luego de presentar a mi coordinadora de local las actas correspondientes. Estaba agotado, y esa sensación era acentuada por cuestiones a las que les daba muchas vueltas: ¿he hecho lo suficiente? ¿qué faltó? ¿por qué las ideas y propuestas no le pueden ganar a una bolsa de abarrotes? ¿dónde está nuestra dignidad como país? ¿pueden más los apetitos de una lista parlamentaria que las acciones decididas por el futuro de la nación?
Son preguntas que, conforme transcurrieron estas últimas siete semanas, fueron encontrando respuesta. Ahora tenemos un país bastante polarizado, en el que la palabra tolerancia ha sido manoseada, estrujada, alzada y propugnada a conveniencia de cada cual. Quien ose votar por Keiko Fujimori es alguien desmemoriado, que avala el autoritarismo, a quien no le importa que su padre, el más grande felón de la historia republicana, regrese a la vida política siendo autor intelectual de asesinatos. Quien ose votar por Ollanta Humala es un ciudadano dispuesto a arriesgar peligrosamente todo lo que hemos avanzado económicamente en estos años, retrógrada, que no ve más allá de la propaganda bonita y conciliadora, que no sabe que ese cachaco asesino en Madre Mía puede y quiere perpetuarse en el poder.
Yo solo quiero (y creo necesario) que dejemos de vernos unos a otros como cucarachas por nuestra opción política, sobretodo en esta segunda vuelta – y este palo aplica a ambos lados. Esta división, apoyada la mayoría de veces en apasionamientos y sesgos, está poniendo, sin que lo notemos, grandes piedras en el camino que todos queremos para el Perú: el del progreso.
Ni el llamar a la insurgencia si mi candidato no gana ni la filosofía del desprecio intelectual harán que, quienes tienen opiniones diferentes, cambien y compartan la nuestra. Hoy más que nunca hacen falta más argumentos y menos calificativos. Hace falta, también, más compromiso, pues muchos defienden a capa y espada su voto pensando en el país y luego de sufragar se olvidan de él.
Me gustaría que cada elector, además de enarbolar una u otra bandera, se comprometa a defender esto que nos tomó tanto tiempo construir (con sus defectos y virtudes). La democracia va más allá del voto el día de las elecciones, implica vigilar con ojo crítico las acciones de aquellos elegidos por la mayoría (nos gusten o no), alzando la voz (¿por qué no?) saliendo a las calles a protestar contra los abusos y la corrupción.
Quizás pida mucho, lo sé, pero pienso que esta situación límite nos deja esta lección. Ojalá la aprendamos.